Los espacios maker se han multiplicado en América Latina como respuesta a un doble desafío: la necesidad de innovación tecnológica y la urgencia de resolver problemas cotidianos que afectan a millones de personas. En estos talleres abiertos se mezclan ingenieros, artesanos, programadoras, estudiantes y vecinas que comparten herramientas, conocimientos y tiempo para diseñar soluciones de bajo coste y alto impacto.

Entre las experiencias más interesantes se encuentran los proyectos de dispositivos médicos accesibles, sistemas de monitoreo ambiental comunitario y tecnologías pensadas para personas con discapacidad. Más allá del resultado final, lo que distingue a estas iniciativas es el proceso: documentar los prototipos, liberarlos con licencias abiertas y fomentar que otras comunidades los adapten a sus propias realidades. De este modo, la cultura maker se convierte en una forma de diplomacia tecnológica desde abajo, basada en la colaboración y el cuidado.