En los últimos años, las ciudades medianas de América han empezado a ocupar un lugar inesperado en el mapa cultural. Lejos de las grandes capitales, surgen festivales autogestionados, centros culturales híbridos y residencias artísticas que aprovechan alquileres más bajos, comunidades cohesionadas y una escala urbana que favorece la colaboración. Para muchos creadores jóvenes, estas ciudades se han convertido en un refugio frente a la precariedad y el anonimato de las metrópolis tradicionales.
Sin embargo, la creatividad urbana no se limita a abrir espacios de exhibición. También implica replantear la relación con el territorio: recuperar fábricas abandonadas, intervenir solares vacíos, crear rutas de arte público y diseñar actividades que dialoguen con los barrios, no solo con el turismo. En este contexto, las alianzas entre colectivos artísticos, pequeños negocios y administraciones locales pueden marcar la diferencia entre un proyecto puntual y una transformación sostenida del ecosistema cultural.