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01 Mayo 2024
Luis Herrera
Embajador

Cuando se habla de diplomacia entre países americanos, suelen aparecer primero las cumbres presidenciales, los tratados comerciales o los acuerdos de seguridad. Sin embargo, en paralelo a esa agenda formal existe otra dimensión igual de estratégica: la diplomacia cultural. Intercambios artísticos, coproducciones audiovisuales, programas de becas, festivales itinerantes y redes de instituciones culturales funcionan como puentes silenciosos que acercan a las sociedades incluso cuando la política atraviesa momentos de tensión.

En las Américas, esta diplomacia cultural tiene una particularidad: comparte raíces históricas, lenguas emparentadas y problemas semejantes, pero también grandes asimetrías económicas y de poder. Mientras algunos países cuentan con fuertes industrias culturales exportadoras, otros se apoyan en la cooperación para dar visibilidad a sus creadores. Iniciativas como circuitos de cine latinoamericano, redes de museos, ferias del libro regionales o programas de movilidad para artistas permiten que obras, ideas y públicos se crucen de manera más horizontal.

La expansión de las plataformas digitales ha multiplicado las oportunidades y los desafíos de estos intercambios. Un concierto grabado en una pequeña ciudad puede llegar a espectadores de todo el continente, y los proyectos colaborativos en línea facilitan trabajar a distancia entre colectivos de distintos países. Al mismo tiempo, la concentración de contenidos en unas pocas empresas globales plantea la pregunta de cómo garantizar que las culturas locales no queden diluidas en un catálogo uniforme, y de qué forma los Estados y las organizaciones regionales pueden apoyar la circulación de producciones propias.

Otro eje central de la diplomacia cultural es el trabajo con comunidades migrantes y diásporas. Festivales gastronómicos, encuentros literarios bilingües, muestras de arte comunitario o programas de radio y podcast producidos por migrantes se convierten en espacios de diálogo entre culturas de origen y de destino. Esas iniciativas ayudan a combatir estereotipos, visibilizan la complejidad de las identidades americanas y ofrecen un terreno fértil para la cooperación entre ciudades y regiones más allá de las cancillerías.

Mirando hacia el futuro, la diplomacia cultural entre las Américas tiene el reto de volverse más inclusiva y sostenible. Esto implica incorporar de manera protagónica a pueblos indígenas, comunidades afrodescendientes y juventudes, así como cuidar el impacto ambiental de grandes eventos y giras internacionales. Si logra articular esos esfuerzos con políticas de largo plazo, la región podrá consolidar una red de puentes culturales que no solo acerquen a los gobiernos, sino sobre todo a las personas que habitan el continente.

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